Veinte años de guerra y de costosa presencia para un balance pulverizado en unas semanas. El fracaso de Estados Unidos en Afganistán pone en duda el interés de las intervenciones occidentales en el extranjero.
La toma de Kabul por los talibanes, sin combates, parece un rotundo revés a un proyecto global mal pensado y mal ejecutado, según los expertos consultados por la AFP.
Más allá de la derrota de un ejército afgano creado por Washington, se pone de manifiesto el fallo de toda una política y de cuatro presidentes: George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden.
Todos se vieron enfrentados al irresoluble final de esta operación, iniciada como respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001 y convertida en una guerra de desgaste para evitar que el país se volviera a convertir en un santuario yihadista.
Se intentó sobre todo crear un ejército afgano digno de este nombre e instalar una estructura estatal viable. “Como presidente, centré nuestra estrategia en el entrenamiento y el refuerzo de las fuerzas afganas”, resumió Barack Obama en 2016. “Hemos expulsado a Al Qaida de sus campamentos, ayudado a los afganos a derrocar a los talibanes y a establecer un gobierno democrático”.
Algunos éxitos
Pero pese a miles de millones de ayuda pública, proyectos de donantes y oenegés, “los esfuerzos de la comunidad internacional para crear casi todas las piezas y luego consolidar un Estado afgano no terminaron bien”, explica Serge Michailof, de la Fundación para los Estudios y la Investigación sobre el Desarrollo Internacional (FERDI).
Algunos propósitos sí que se saldaron con éxito, señala, sin embargo. “La creación entre 2002 y 2005 de cuatro instituciones que funcionan correctamente: el ministerio de Finanzas, el Banco Central, el ministerio de la Reconstrucción y del Desarrollo Rural y el servicio de inteligencia militar”, cita.
Y sobre todo, estas dos décadas de presencia internacional permitieron a prácticamente una generación de afganos vivir sin la férula de los talibanes.
Sentimiento de superioridad
Pero estos triunfos se vieron anegados por el nepotismo y la corrupción del país.
“No había cohesión ideológica dentro del ejército, ni sentido del deber de pertenencia nacional”, estima Abdul Basit, investigador de la S. Rajaratnam School of International Studies (RSIS) en Singapur.
Según él, la corrupción era endémica tanto en el ejército como en la sociedad civil, y faltaba el concepto de Estado nación, en un país donde los clanes y las tribus dominan la estructura social.
“Se puede mejorar una herramienta militar, pero si detrás no hay una gobernanza fiable, si no se ha conseguido superar los clanes y las tensiones tribales y crear estructuras de desarrollo económico que permitan al Estado pagar a sus ejércitos, es muy difícil”, señala a la AFP un oficial militar europeo, especialista en formación, bajo anonimato.
También menciona la necesidad de crear bases “sociales y estáticas sólidas”. Pero “no es el caso en Afganistán”, zanja.
Detrás de este fracaso también se vislumbra un sentimiento de superioridad de la primera potencia mundial, segura de sus valores y de la necesidad de exportarlos.
En este sentido, David Lake, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de San Diego (California), denuncia la “hibris” que permite creer que una “entidad extranjera puede irrumpir en un país y construir un Estado legítimo y legal”.
“Vengarse”
Brahma Chellaney, profesor de estudios estratégicos en el Centre for Policy Research (CPR), un centro de reflexión privado de Nueva Delhi, habla por su parte de la mentira de Estados Unidos.
“Estados Unidos no fue a Afganistán para construir un Estado sino para vengarse de los ataques del 11 de septiembre”, estima. Según él, “incumbía a otras naciones construir el Estado. India invirtió más de 3.000 millones de dólares en la construcción de carreteras, hospitales, presas y del parlamento”.
Pero, pese a varios ejemplos de fracasos de Washington para formar ejércitos armados locales (Vietnam, Irak, Afganistán), las intervenciones occidentales no siempre tienen que salir mal, comenta Seth Jones, del Centro para los Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) de Washington. Y cita los casos de Estados Unidos en Colombia o Europa y Estados Unidos en los Balcanes.
No obstante, tras el desastre afgano, “Estados Unidos será muy reticente a comprometerse en la construcción del Estado a gran escala”, pronostica. “Es muy difícil hacerlo desde el exterior y funciona en muy cosas ocasiones”.
Los aliados de Washington también sacan sus conclusiones: “No creo en el ‘state building’”, la ayuda de la construcción de un Estado, declaró el presidente francés, Emmanuel Macron, al periódico Journal du dimanche, preguntado por la intervención antiterrorista francesa en Mali, que se dura desde 2012.
– Fuente: AFP