TOKIO, Japón. Los participantes de SICA-CUBA concluyen la visita exhaustos. Han sido seis días de intensa actividad, conferencias, paseos y recorridos al interior del país. Ahora les toca exponer sus conclusiones ante las autoridades del programa Juntos, patrocinado por el gobierno para guardar las relaciones con la región. Para entonces, los participantes ya se han familiarizado con la ciudad, su gastronomía y hasta algunas palabras de la lengua. “Arigato gozaimasu”, dicen en cada momento para dar gracias, “konnichiwa” para decir hola y Matzu sam (señora Matzu en japonés) cuando se dirigen a su traductora que los ha acompañado de principio a fin. En una ciudad con bocas del metro por todos los costados, lograron identificar las paradas cercanas al hotel y se escaparon, cuando pudieron, a conocer la vibrante vida nocturna en sitios famosos como Shibuya, iluminada con luces neón y pantallas gigantes y donde un mar de gente se agolpa para cruzar la intercepción más concurrida del planeta cuando el semáforo está en rojo. Es una locura y un reto al sentido de la orientación para no perderse en la corriente humana. Se estima que por este sitio pasan diariamente 2.5 millones de personas y como atractivo adicional aquí se encuentra, en una esquina, siempre llena de visitantes tomándose fotografías, la estatua de Hachiko, el famoso perro que todos los días acompañaba a su amo a la estación del tren. El hombre murió, pero su perro siguió esperándolo en los siguientes nueve años hasta que también falleció. Los toquiotas le erigieron una estatua como símbolo de lealtad y Richard Gare readaptó su historia en la película “Siempre a tu lado”.
Otros participantes visitaron distritos más alejados como Ginza en las fueras de Tokio y visitas guiadas de arte y santuarios religiosos bajo un frío permanente que congelaba todo, menos los sentimientos de afecto entre los participantes y sus anfitriones.
En la ciudad pudieron ver algunos cerezos floreciendo y se dieron cuenta que es una ciudad construida métricamente sobre túneles. En otro momento, conocieron La Gran Ola, el equivalente a la Mona Lisa para los japoneses del pintor Katsushika Hokusai. Su técnica data de 1833 con repercusiones para artistas occidentales. El maestro de la charla presentó otra pintura del mismo autor, que años más tarde se la atribuyó como original un tal Vicent van Gohg.
En la visita a un santuario sintoísta, la segunda religión de Japón, después del budismo, los participantes se dieron un baño de humo, literalmente, en una olla ardiendo, rodeada de creyentes. Los japoneses dicen que trae buena suerte. Otro ritual con los mismos fines, en el mismo sitio, consistía en depositar unas monedas en una urna de madera, dar unas campanadas, tres palmadas y pedir un deseo con las manos juntas y los ojos cerrados.
Tanto en Tokio como en el interior, los visitantes miraron iconos japoneses incrustados en la cultura popular latinoamericana, sobre todo, en figuras mitológicas como Godzilla, personajes como Hello Kitty y las marcas Toyota, Honda, Mitsubishi y Sony. A nadie se le ocurre que sean imitaciones. Lo raro es que esos carros lujosos que se miran aquí, como Prado, no circulan allá. Los japoneses usan carros pequeños, semejantes a cajas de cartón y aunque ellos los fabrican tampoco se alocan comprándolos. Los puede tener cualquier trabajador, lo caro es mantenerlo, comenzando por la licencia para parqueo. Además, austeros como son, no lo miran necesario teniendo un sistema eficiente de transporte público -trenes, buses y taxis-, que pasa por enfrente de su casa eficiente, seguro y puntual.
Este estilo de vida de los japoneses fue una de las conclusiones principales de los participantes. El dominicano Darlin Tiburcio dio las palabras finales en nombre del grupo ante la directora del Programa Juntos, Tobinaga Eri, ponderando el gran salto económico, artístico y cultural del gigante asiático y lo lejos que están sus países de origen en lograrlo. Quizá algún día lo consigan, dijeron en la plenaria, comenzando por educar a la población en cuidar el medio ambiente, la prevención y mitigación de los desastres naturales, un flagelo común entre las naciones.
Por la noche, los participantes, incluyendo a los de Suramérica y México, cenaron en un restaurante, cercano a la avenida Edo-Dori, de dos pisos subtarráneos, parecido a un búnker de guerra, donde se quitaron los zapatos antes de sentarse en la mesa. Por casi dos horas y entre libaciones de cerveza, los latinoamericanos se despidieron con un “sayonara” y regresaron al hotel a preparar las maletas.
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