Tamara, Honduras.-Samantha no se explica aún cómo sobrevivió a la masacre de 46 reclusas ejecutada por pandilleras hace un año en la única cárcel de mujeres de Honduras, el país con más violencia criminal en Centroamérica.
Aquella mañana del 20 de junio, según la versión oficial, integrantes de la pandilla Barrio 18 mataron a tiros a 23 y quemaron en sus celdas a otras 23 miembros de la Mara Salvatrucha (MS-13) en la Penitenciaría Nacional Femenina de Adaptación Social (PNFAS), en Támara, 25 km al norte de Tegucigalpa.
Sentada en la entrada de la enfermería del penal, con el rostro cubierto con un pasamontaña negro y liberada por los guardias de las esposas, Samantha -nombre ficticio-, relata a la AFP que estaba en su celda cuando empezó a “escuchar disparos y gritos”.
Ella y otras reclusas abrieron un agujero en el techo para tratar de escapar. “No fue buena idea”, dice, porque siempre les dispararon y tuvieron que regresar.
“Cuando todas regresamos adentro, cada quien únicamente lo que hizo fue encomendarse a Dios. Estábamos rodeadas”, contó Samantha, de 25 años, presa por el delito de extorsión.
Dice estar viva por “algo sobrenatural”. Creyó que iba a morir porque las balas alcanzaron a una compañera que estaba justo delante de ella. Cuando acabó el tiroteo, la pared “detrás de mí quedó llena de agujeros y a mí no me pasó nada”, agregó.
Tras lo ocurrido, la presidenta Xiomara Castro reemplazó a los policías del penal, quienes supuestamente dejaron ingresar las armas, por efectivos de la unidad élite Policía Militar de Orden Público (PMOP), desplegada unos días después en las 25 cárceles del país, donde hay unos 21.000 reos.