UNESCO siembra odio al rendir homenaje a Che Guevara

Con desprecio por los millones de muertos durante el Holocausto y el genocidio cubano, la directora general de la Organización hace apología de un criminal de lesa humanidad desde Paris

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) con sede en París, sucesora de la primigenia Comisión Internacional de Cooperación Intelectual, expresaba la dimensión ética universal, léase, el reservorio de prudencia que sostiene la paz de la Humanidad. Al crearse se creyó que su existencia acotaría a la fuerza que, incluso guiada a partir por el compromiso de asegurar el final de las guerras bajo la primacía del respeto a la dignidad de la persona humana, inevitablemente confluye como razón práctica en el seno de la ONU, residente en Nueva York.

 

En otras palabras, a pesar del compromiso asumido por los Estados y sus gobiernos luego de la Segunda Gran Guerra del siglo XX y de la fractura moral que le significara a la Humanidad la experiencia del Holocausto, bien se sabía que la lógica de los intereses políticos se abriría senda como en el pasado. Pero al cabo, al menos eso se pensaba, el patrimonio común de las civilizaciones en lo relativo al imperio de la Justicia, de la ley, de los derechos humanos y las libertades fundamentales, contaba con su ángel guardián, la UNESCO.

 

No por azar, en el Preámbulo de la Constitución de la UNESCO se dice bien que “una paz fundada exclusivamente en acuerdos políticos y económicos entre gobiernos no podría obtener el apoyo unánime, sincero y perdurable de los pueblos, y que, por consiguiente, esa paz debe basarse en la solidaridad intelectual y moral de la humanidad”. Todo quedaba dicho, pues, sin adjetivaciones que antes que dar vida banalizasen el texto de dicho discurso.

 

Así se explica, no de otra manera que, antes de que la ONU adoptase la Declaración Universal de Derechos Humanos, mientras se constituía y avanzaba el Comité de Redacción de esta y que encabeza Eleanor Roosevelt, la UNESCO, en el mismo año de 1947, a pedido de los miembros de esta estableció una comisión que se ocupa de deliberar sobre las bases teóricas de los derechos humanos, de estudiar sus fundamentos filosóficos a fin de poner de relieve las convergencias entre las diversas culturas y escuelas de pensamiento.

 

Se le denomina “Comisión para los fundamentos teoréticos de los Derechos Humanos” y la preside el historiador Edward Hallet Carr, e integran Aldous Huxley, Jacques Maritain, Pierre Teilhard de Chardin, Rabindranth Tagore, Bertrand Russell, Benedetto Croce, Salvador de Madariaga y Mahatma Gandhi, “los nombres intelectuales más notables de la época”.

 

La viuda de Franklin D. Roosevelt, en sus memorias recordará que “el Dr. Chang [filósofo de China y vicepresidente del Comité de Redacción] era un pluralista y mantenía de una manera encantadora que existía más de un tipo de realidad concluyente. La Declaración, decía, debería reflejar ideas que no se identificaran únicamente con el pensamiento occidental y el Dr. Humphrey [jurista canadiense y director de la división de DDHH de la ONU] tendría que saber aplicar un criterio ecléctico. Su comentario, aunque dirigido al Dr. Humphrey, en realidad estaba dirigido al Dr. Malik [filósofo libanés y relator de la Comisión], quien no tardó en replicar explicando detenidamente la filosofía de Tomás de Aquino. El Dr. Humphrey se sumó con entusiasmo al debate, y recuerdo que en un momento dado el Dr. Chang sugirió que tal vez convendría que la Secretaría dedicara algunos meses a estudiar los fundamentos del confucianismo”, refiere quien fuera Primera dama de Norteamérica.

 

Encontrándose la Declaración en un momento crítico, dada la inflexibilidad de criterios incluido el del director general de la UNESCO, Julián Huxley, salva la situación Jacques Maritain, francés como René Cassin – quien cuida del texto final – y jefe de la delegación ante la Conferencia reunida en Paris. Habla de “cooperación” y de “tareas prácticas” comunes, es decir, plantea que, ante las diferentes concepciones del mundo cabe el encuentro alrededor de la tolerancia y la “naturaleza humana” compartida entre todos. Así se forja, en efecto, el llamado “cuadro moral del mundo civilizado” que regiera desde mediados del siglo XX.

 

De un texto en el que originalmente se habla del “hombre”, del “individuo”, del “ser humano”, se pasa a la denominación sugerida por Maritain y que cubre a todo el preámbulo y el articulado de la Declaración, la de “persona”. La resume así el señalado filósofo cristiano y es aceptada como categoría por todas las civilizaciones del mundo en su encuentro, evitando el choque: “La noción de personalidad no radica en la materia a la manera de la noción de la individualidad de las cosas corporales, sino que se basa en las más profundas y más excelsas dimensiones del ser; la personalidad tiene por raíz al espíritu”.

 

La radicalidad del ser humano – “el hombre como sustancia corporal inteligente” y la sobreposición de su dignidad inmanente como persona, encuentra su fuente en esas ideas y en ellas, al menos teóricamente, se fundó el orden que nos ha acompañado hasta hoy y que ha destruido desde sus bases la misma UNESCO, depositaria del patrimonio intelectual de la humanidad”.

 

Al rendirle homenaje reciente dentro de sus predios y por su cabeza, la Directora General Irina Bokova, a uno de los más emblemáticos carniceros del siglo XX – titulado El Carnicero de La Cabaña: Ernesto “Che” Guevara, argentino fusilado en Bolivia en 1967 – con motivo de celebrar su onomástico tras una vida sanguinaria a la orden del régimen cubano de Fidel Castro, los gobiernos que se juntaron en la capital en la que se sancionó en 1789 la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, han escupido en el rostro de la Humanidad. “El odio es el elemento central de nuestra lucha, reza Guevara en vida para construir su Hombre Nuevo y hacer imperar su ley de maldad absoluta.

 

Se explica así, no de otro modo, que Naciones Unidas esté concluyendo su rol en este siglo XXI como una lamentable oficina de forenses, a la que no le escandalizan los crímenes de lesa humanidad que se ejecutan en el mundo ante sus ojos y su omisión, de suyo con su complicidad, como Cuba, Venezuela, y Nicaragua. La UNESCO desde 2013 suma a la Memoria del Mundo al criminal Guevara. Luchar contra este inmoral despropósito y las instituciones que lo sostienen, desde las trincheras de la decencia humana, sin colusiones, sin transacciones ni sincretismos de laboratorio, es un reclamo que gritan los millones de víctimas del mal absoluto, desde sus tumbas, e interpela a las generaciones del presente.

Carlos García

Editor

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