Mientras muchos ven en la explotación de esa formación geológica –que contiene el segundo recurso de gas no convencional más grande del mundo y el cuarto más grande de petróleo– una esperanza para la flaca economía argentina, otros están preocupados por su impacto ambiental.
Vaca Muerta se encuentra en la provincia de Neuquén, en la Patagonia argentina, y empezó a ser explotado hace poco más de diez años. Desde sus inicios, las operaciones en Vaca Muerta han ido expandiéndose; en la actualidad, la extracción de gas y petróleo no convencional emplea de forma directa a unas 22.000 personas en Neuquén.
Además de utilizarse para cocinar, calefacción y para la industria, el gas es uno de los principales combustibles destinados a la generación de energía eléctrica en Argentina. Por eso también el desarrollo de Vaca Muerta tiene un importante impacto económico: al tener una provisión local de gas, se genera un ahorro de importaciones y un potencial exportador.
En ese sentido, este año se inauguró una obra clave: el gasoducto Néstor Kirchner, que lleva el gas de Vaca Muerta hacia las zonas de más alta demanda del país. Con el gasoducto ya en funcionamiento, el Gobierno espera que se puedan ahorrar unos 4.000 millones de dólares en importaciones de gas y, eventualmente, exportarlo.
A pesar de estos beneficios económicos, hay quienes consideran que la crisis climática es tan acuciante, que deberían dejar de explotarse los recursos que contribuyen al calentamiento global como única forma de evitar sus peores consecuencias. Y también quienes piensan que los impactos directos del ‘fracking’ son demasiado grandes.
Pero quienes respaldan el desarrollo de Vaca Muerta creen que debe seguir la apuesta por explotar este recurso. Y consideran que el gas de esa formación puede ser un combustible de transición para apuntalar la hoy frágil economía argentina.
