A pocos pasos del precipicio, Deusimar Batista tiende la ropa bajo el sol. No sobró nada alrededor de su jardín: la casa vecina y la calle que pasaba por la puerta de su propiedad fueron tragadas por la tierra.
«Por acá pasaban autos, bicicletas… Después, quedó así, este estrago», explica esta señora de baja estatura y cabello oscuro, de 54 años, señalando lo que ahora es un acantilado apenas cubierto por mato en los bordes y basura en el fondo.
Un fenómeno poco común, provocado según expertos por la falta de planificación urbana y una deforestación agresiva, está llevando a Buriticupu, una pequeña ciudad amazónica del empobrecido estado brasileño de Maranhao (noreste), a un paulatino colapso.
Si no se detienen las causas, en 30 o 40 años la ciudad podría desaparecer, estiman algunos expertos.
La ciudad, de 70.000 habitantes, sufre el avance de lo que llaman «voçorocas», que significa «tierra rasgada» en la lengua indígena tupí-guaraní.
Son erosiones que nacen como pequeñas rajaduras en el suelo y van creciendo hasta convertirse en grandes cráteres, que vistos desde el aire parecen cañones y avanzan tragándose pedazos de la ciudad.
La alcaldía declaró el estado de «calamidad pública» el 26 de abril pasado, en un intento de conseguir recursos estatales y federales para iniciar obras de contención de las erosiones.
En la ciudad existen 26 voçorocas, y en el caso de la más profunda alcanza unos 70 metros de profundidad, según un relevamiento de la alcaldía.
Las voçorocas suelen expandirse ante cada lluvia fuerte en Buritucupu, una ciudad joven, que comenzó a crecer en la década de 1970 por un proyecto para el asentamiento de trabajadores rurales.
Las noches de lluvia se han vuelto aterradoras para Batista.
«Me quedo despierta, porque tengo miedo de que se derrumbe acá o allá en cualquier momento», asegura esta mujer, que trabaja de tejedora y dice no tener otro lugar adonde ir.
«Mi miedo es dormir y morir», confiesa.