JOH y sus leyendas suben al estrado en un juicio de película

Probablemente, la primera vez que se escuchó hablar de narcotráfico en Honduras fue a través de la ficción: “La Banda del Carro Rojo” se llamaba la canción de “Los Tigres del Norte”, popularizada en las radios en 1975. Era el primer himno de la zaga de los llamados narcorridos, o los corridos del pueblo, como les dicen ellos, porque en ellos “se canta la pura verdad”, con apología a la audacia de los narcotraficantes mexicanos para cruzar la droga a Estados Unidos. Hasta ese momento, traficaban con marihuana y después pasaron a la cocaína. Por ese entonces, también, Honduras era un país de apenas tres millones de personas, casi el 70 por ciento viviendo en el campo donde esos corridos en la radio solo ayudaban a mitigar las faenas y la tranquila vida del país en mano de los regímenes militares.

En palabras del extinto activista de derechos humanos, Alfredo Landaverde, hubo dos momentos claves que sacó a flote los niveles de la narcoactividad en el país, dejando atrás los estereotipos de los narcorridos: El crimen de los Ferrari en 1978 y el secuestro por tropas élites de Estados Unidos del capo Ramón Matta Ballesteros en 1989, para ser enjuiciado en ese país, donde sigue recluido de por vida.

Desde entonces, relataba Landaverde, el narco pasó a convivir entre la clase política y empresarial del país, financiando campañas, colocando diputados, alcaldes, jueces, policías y militares a su servicio. En cada comparecencia televisiva, Landaverde se exaltaba tanto lleno de impotencia de ver que las cosas no cambiaban en este país, precisamente, porque, insistía, la clase política sigue mezclada con los carteles. Parecía que estaba a punto de revelar la lista de esos políticos y empresarios, cuando, misteriosamente fue asesinado por un sicario, en una calle pública de la capital en 2011. Después, el diario New York Times revelaría testimonios de capos, asegurando que Landaverde fue silenciado por orden de los carteles y jefes policías corruptos.

Hasta entonces, pocos pensarían que, cuatro década después a los primeros corridos mexicanos y más reciente a las denuncias de Landaverde, un expresidente hondureño, Juan Orlando Hernández Alvarado (2014-2022), estaría siendo enjuiciado como narcotraficante, como sucederá, hoy, en Nueva York, en un juicio con todos los ingredientes de una película: Relatos inverosímiles de narcos confesos, montaña de pruebas de la DEA, traiciones de amigos y una amplia audiencia-entre ellos políticos nerviosos con nexos con el exgobernante-atenta a un impredecible desenlace.

Carlos García

Editor

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